Siempre
me pregunté como mi papa podía tener amigos tan bohemios, artistas, tan
diferentes a él. Tal vez no eran tan diferentes, el solo reprimía su joie de vivre por su profesión. Sus amigos fueron su salida
del mundo militar e inflexible. Cuando estaban vivos, papá sonreía más.
De su
época dorada de amigos, estuve más cercana a Roy. Mi tío Roy.
Roy era
todo un caballero, lleno de detalles pero sin la pretensión de estos. Rosas
anónimas, buen cocinero, bilingüe y muy californiano en su manera de ser.
El tío
Roy, tenía un bar en Salinas, mi primera ciudad. Las quejas de los vecinos por
el ruido de su bar que representaba la
perdición, se publicaban en el periódico
de Salinas.
Poco a
poco Roy Mendoza se fue ganando hasta los vecinos más conservadores del barrio,
mientras decoraba el baño con las quejas plasmadas en papel.
Cuentan mis padres como me arrastraron para
sacarme del bar con 3 años de edad. El tío Roy tenía mesas de juegos que no
logré descifrar, pero que me entretenían por horas porque a pesar de ser un
bar, era un bar familiar.
Ir a Salinas, años después, era sinónimo de
visitar a mi tío. Era encontrarse con los asiduos del bar siempre interesantes
y un poco locos, como Roy. Cuando yo
iba, mi tío me tenía lista leche Indulac
fría, que el tomaba conmigo. “Es la leche de mi niñez” solía decir. Parmalat
para él, eran pendejadas.
El oír
en casete sus inicios de DJ, ver como vivía su vida siempre con una risa, con
un cacho, un buen trago y una conversación. Roy era un hombre de placeres sencillos.
Todos querían a Roy. Roy saludaba con beso y
abrazo a todos. Roy quería a todos.
Siempre
nos acordamos de sus anécdotas. Recuerdo y aún busco el títere que me regaló.
Lo recordamos con sus KEDS
blancos y shorts y su estrepitosa risa.
No solo
los Loza te recordamos tío Roy. Sigues presente.
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