Las cervezas y un partido convierten a
todos en Directores Técnicos, incluso después de la última victoria ecuatoriana
frente a la selección de Honduras.
Mientras tratamos de entender el por qué
la jugada, el tema se vuelca a los jugadores. Después de más cerveza, sale la indignación
del anfitrión al leer un status de Facebook
que había escrito una amigo en la euforia de la victoria.
- “Bien mis niggas”, leía mi amigo en voz
alta.
- “En Ecuador para recibir respeto cómo
Afro, debes patear un balón”respondió otro amigo.
El “sí se puede” dicto una narrativa
desde el 2002, año de nuestra primera clasificación. Cada ecuatoriano creyó en
sus sueños por descabellados que parezcan. La clase social ya no era un
impedimento para alcanzar metas. El tener a 11 jugadores que representaban el
esfuerzo, disciplina y en algunos casos los sectores con mayor marginalización,
la narrativa ecuatoriana parecía cambiar.
12 años después, la narrativa de
marginalización no ha cambiado realmente. 12 años y nuestro talento para discriminar se resiste al cambio.
Ese racismo arraigado y naturalizado está
tan dentro de nuestra narrativa que ni siquiera nos damos cuenta. Cada vez que
confrontamos actitudes racistas encontramos los clásicos ejemplos bajo los que
se escuda esta práctica:
“A
mi me robó un negro”.
“Pero
es que los negros discriminan”.
“Todos
los negros son vagos”.
“Solo
sirven para jugar fútbol”
En el 2008 conté con la visita de un buen
amigo congolés que vino un año a Ecuador hacer voluntariado. Vi directamente
cómo los guardias lo seguían en locales pensando que entraba a robar, cómo le
negaron la entrada a centros comerciales y cómo un taxi jamás paraba en la
calle. A tres años después de este censo, la discriminación que sufrió mi amigo
seguía latente.
Ni siquiera caemos en cuenta del peso de
nuestras palabras, para nosotros son naturales. El racismo es parte de
nuestra sociedad y lo mostramos hasta en
gestos enraizados en nuestra cotidianeidad. Cambiamos de calle cuando vemos un
afro, cerramos nuestros carros, evitamos contacto visual. En Brasil 2014, desde
nuestras salas infantilizamos a jugadores de élite.
Costa de Marfil y Ghana no cuentan con
Essien, Gyan, Drogba, Touré. Se convierten en “negritos” mientras alentamos en
sus partidos.
Se convierte en jugadores anónimos tal
cual nuestro set mundialista de legos con los que jugábamos de pequeños. Todos
son negritos. No tenemos en cuenta sus apellidos, sus nacionalidades ni sus
trayectorias. Es muy diferente cuando alentamos
a selecciones cómo la uruguaya (Vamos Suárez) o la francesa (¡Vamos Benzema!, ¡Vamos
Ribery!)
En el 2005, un artículo
de Diario Hoy menciona que un 10% de
ecuatorianos se declara abiertamente racista. Cuestiono si es solamente un 10%.
Cuestiono si en 9 años hemos cambiado y somos conscientes de nuestras actitudes
racistas día a día. ¿Será que Brasil, cómo país multicultural nos dará una lección ?
Con el escándalo de “Todos
somos macacos” uno pensaría que la
FIFA va a tomar en serio su rol para evitar incidentes cómo el de Alves a mayor
escala. Incluso se puede ver en la cancha: “Say no to racism” (Di no al
racismo)
Brasil se enorgullece de su población diversa y lo restriega al mundo en la cara. Ciertos paises reciben el mensaje, ciertos cadenas de noticias hacen Eco de Alves y tienen los ojos pelados frente a esos incidentes. La FIFA investiga a la hinchada Alemana por la burlas de caracter racista en el partido Ghana-Alemania.
En Ecuador Encuentro estos mensajes de
apoyo en redes sociales.
Resulta que para Ecuador el racismo no lo
vivimos en la cancha extranjera cómo lo vivió Alves, o Touré.No entregamos quejas y exigimos investigaciones a la FIFA. En Ecuador, perpetramos el racismo
cómo hinchada, en casa al equipo que decimos que queremos.
Apoyo que se siente normal. Infantilizar
a la pobreza y a una imagen que no refleja realidades ni de las comunidades
Afro en Ecuador ni de África. Reducir a jugadores profesionales, destacados a
nivel internacional a una postal de miseria. Ese es el apoyo que damos a
nuestros “negritos”.
¿Realmente es solo un 10% del Ecuador
abiertamente racista? ¿Los que no aceptamos ni nos clasificamos cómo
racistas…nos damos cuenta de nuestras
palabras, el uso de peyorativos, nuestro lenguaje corporal programado basado en
estereotipos?
Nos gusta reclamar por nuestros derechos
violentados en España, EEUU y Bélgica. Contamos indignados la historia de
discriminación sufridas pero ni siquiera tomamos en cuenta nuestro rol cómo
perpetradores de racismo en nuestra cotidianeidad. No importa si lo hacemos en
nuestro entorno de amigos, a puerta cerrada.
Ese eco nos sigue desde siempre y
las redes sociales en el 2014 solo prueban ser un megáfono de nuestra ignorancia.